Israel se encuentra en una encrucijada crítica, bajo la mirada atenta de la comunidad internacional, mientras sopesa los riesgos de llevar a cabo una incursión terrestre en la asediada Franja de Gaza. La población de este enclave palestino ha estado sufriendo una serie de bombardeos desde el devastador ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre. La situación humanitaria en Gaza se ha deteriorado gravemente, con hospitales al borde del colapso debido a la falta de combustibles y medicamentos.
En medio de esta tensa coyuntura, Israel mantiene un férreo bloqueo sobre un territorio que abarca 362 km² y alberga a 2.3 millones de personas. Además, ha desplegado decenas de miles de soldados en las inmediaciones, en preparación para una posible invasión con el objetivo de neutralizar a Hamás, el movimiento islamista que gobierna Gaza desde 2007.
La comunidad internacional teme un aumento significativo en el número de víctimas civiles en caso de una incursión terrestre israelí en Gaza. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha instado a Israel a hacer «todo lo posible» para proteger a los civiles, aunque no ha exigido un retraso en la posible incursión.
Las advertencias sobre las consecuencias humanitarias de una incursión terrestre en Gaza son alarmantes. La agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA) ha señalado que podría verse obligada a cesar sus actividades en Gaza debido a la falta de combustible. Además, las reservas de agua, electricidad y alimentos se están agotando en el enclave, y más del 90% de los medicamentos y productos se han agotado en los hospitales, lo que representa una amenaza inminente para la vida de los pacientes.
La ayuda humanitaria ha comenzado a llegar a Gaza, pero la falta de carburante es un problema crítico. Israel se niega a permitir la entrada de combustible, argumentando que beneficiaría a Hamás. Esto ha llevado a una situación en la que, una vez que los generadores dejen de funcionar, los hospitales se convertirán en morgues, advierte la Cruz Roja.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha reconocido la necesidad de dar respuestas por las fallas de seguridad evidenciadas en el ataque de Hamás, pero aún no ha proporcionado detalles. En lugar de ello, ha anunciado la preparación de una incursión terrestre, cuyos detalles se mantienen en secreto. La demora en la ejecución de esta incursión se atribuye a la presión internacional y a los desacuerdos entre políticos y militares, además de la preocupación por la suerte de los rehenes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha instado a Hamás a proporcionar pruebas de vida de los rehenes y a liberarlos por razones humanitarias y de salud. Mientras tanto, el conflicto ha generado tensiones en la Cisjordania ocupada, donde más de cien palestinos han perdido la vida en operaciones del ejército israelí desde el inicio de la guerra. También se ha registrado un aumento de ataques de colonos israelíes contra palestinos.
Las tensiones no se limitan a Israel y los territorios palestinos, ya que se han extendido a la frontera con Líbano, donde se producen cruces diarios de artillería entre el ejército israelí y el movimiento islamista Hezbolá.
En medio de este panorama, los ministros de Relaciones Exteriores de Turquía y Catar, así como la reina Rania de Jordania, han acusado a la comunidad internacional de aplicar un «doble rasero» en su respuesta al conflicto. La falta de condenas y acciones efectivas por parte de algunos países occidentales ante la devastación en Gaza es vista como un grave doble rasero que plantea interrogantes sobre la equidad en el tratamiento de los conflictos internacionales.