En alguna ocasión estando de vacaciones, hemos ido a visitar algún monumento o lugar concreto que nos habían recomendado.
Cuando hemos estado allí, aun disfrutando, nos hemos preguntado si realmente era aquel lugar al que nos dirigíamos.
¿Habíamos vivido la experiencia? En todo caso, cuando volvíamos a casa, nos decíamos unos a otros «yo creo que sí, que era aquello».
Con el orgasmo, en muchas ocasiones, ocurre lo mismo.
¿El orgasmo femenino como meta de la relación sexual?
Se piensa con frecuencia en esta experiencia como si fuera el final de una etapa. Quizás por la influencia de los padres de la sexología clínica Masters y Johnson que lo consideraban el último punto de progresión del ciclo de la respuesta sexual.
Una experiencia que George Bataille en su ensayo sobre «El erotismo» denominó le petite morte, haciendo alusión al breve abandono y aparente desconexión de la conciencia, una sensación de detenimiento o suspensión que se adelanta unos dos segundos a una serie de contracciones musculares que con frecuencia lo caracterizan.
En todo caso, se trata de un fenómeno de máximo placer que puede ocurrir en el curso de un episodio de excitación sexual. Algo que podemos describir cada cual sin que las palabras terminen de reflejar aquello que vivimos. Una experiencia intransferible como ocurre con todos los fenómenos subjetivos.
En nuestra lengua, a veces expresamos las experiencias o los estados emocionales con metáforas de lugar. Por eso es habitual escuchar, «estaba a punto de llegar…» o «tardo mucho en llegar». Estas metáforas dan a entender que concebimos, efectivamente, el orgasmo como una meta.
Parece lógico que llegada la ocasión en la que el estudio científico de la sexualidad no se podía eludir por más tiempo, se tuviera que elegir un momento de la respuesta sexual significativo con cambios físicos y conductuales marcados. Se trataba de estudiar la función sexual y el orgasmo fue su representante.
Estudios orgasmocentristas sobre la sexualidad
De esta forma, los fabulosos informes del sexólogo Alfred Kinsey (entre los años 40 y 50) se fundamentaron, en parte, en este valor de medida de la actividad sexual a la que llamó «descarga».
Previamente, Wilhelm Reich, en su «Función del orgasmo» había situado esa descarga en el centro de la salud mental y quizás social. En la mitad del siglo XX, el orgasmo representaba a la propia sexualidad.
Se podría decir que occidente se convirtió en «orgasmocentrista» y problematizó en parte las relaciones sexuales, polarizándolas. El objetivo era llegar a una meta, a un lugar que, más allá de la experiencia y de la fisiología, había sido construido por la cultura, cuando es sabido que la cama debiera ser un espacio libre de metas.
El problema es que esa construcción cultural sobre el orgasmo ha seguido un modelo masculino: un clímax con un patrón de ascenso breve y brusco, más uniforme y que suele acompañarse de eyaculación. Por eso, muchas mujeres, al intentar compararlo con su propia experiencia, han percibido que en ellas no ocurre de la misma manera.
Los padres de la sexología clínica moderna defendieron que el orgasmo de la mujer se presentaba como una experiencia mucho más variada que la del hombre.
Por eso, sería oportuno que comenzáramos a construir una idea de orgasmo más real, más relacionada como un estado o experiencia de máxima excitación, un estado de clímax con una enorme variabilidad en grado y presentación, que se aleja de la idea estereotipada que habitualmente tenemos.
Alrededor del mismo hay una serie de discusiones sobre las que se ha vertido mucha tinta en las pocas investigaciones realizadas al respecto.
Entre ellas, se cuestiona si el orgasmo de la mujer es vaginal o clitorideo. Ante esto, podemos afirmar que puede ser vaginal, clitorideo, cerebral, por frotación, onírico… y de mil formas más de excitación genital y subjetiva.
El problema de vincular la sexualidad y la reproducción
Durante mucho tiempo se ha pensado que el orgasmo vaginal era, por decirlo de alguna manera, el orgasmo sustantivo.
Esta idea fue inaugurada, lamentablemente, por el genial psicoanalista Sigmund Freud, cuando planteaba la hipótesis de que el orgasmo producido por la penetración era el que correspondía a un completo desarrollo sexual.
Probablemente esta era una idea fundamentada en la reproducción como paradigma del sexo saludable, propia de lo que se ha llamado victorianismo. Ello ha dificultado que se utilicen paradigmas distintos en otras las investigaciones.
Además, hay otras muchas discusiones acerca de la lubricación y la erección femenina que aún no están cerradas. Podríamos decir que existe una especie de ablación cultural de la investigación sexológica, muy en particular cuando se refiere a la respuesta sexual de la mujer.
La mujer efectivamente también eyacula y esa eyaculación tiene el mismo origen que en el varón, la próstata.
Desde el siglo XVII se ha descrito la próstata femenina. Se trata de un conjunto más o menos desarrollado de glándulas parauretrales a las que se le denominó en el XIX glándulas de Skene, en honor al presidente de la sociedad americana de ginecología Alexander Skene, que fue quien estudio la próstata femenina sistemáticamente.
Hay que recordar que actualmente la nómina anatómica no admite la denominación de próstata femenina y aún no tenemos un modelo de sistema eréctil de la mujer consensuado.
La reticencia a estudiar fenómenos sexuales
En la mayoría de la población femenina estas glándulas que aportan lubricación genital están muy poco desarrolladas y la eyaculación no es percibida. Otra cosa distinta es la expulsión uretral o squirt, de mayor cuantía.
En su mayoría es de origen vesical y, por tanto, se conforma como una orina muy diluida con una composición peculiar. Es un fenómeno también de la respuesta sexual que ocurre en una proporción aún menor de mujeres.
Todos son fenómenos propios de la respuesta sexual que tienen detrás investigaciones con relativa poca evidencia debido a la resistencia que siempre ha habido a estudiar los fenómenos sexuales.
Existe cierto prejuicio en que el estudio de la sexualidad puede desvelar su carácter misterioso. Sin embargo, eso es algo que la ciencia no puede secuestrar, precisamente porque ese carácter es experiencial, contextual e intencional y la ciencia lo que hace es estudiar parámetros objetivables y racionalizarlos para que puedan ser de utilidad en la resolución de problemas.
La respuesta sexual es ante todo un fenómeno de excitación, un fenómeno de carácter emocional con cambios importantes psíquicos, físicos y conductuales, dicho de una forma técnica.
La cuestión es el lugar que le damos o los modelos que construyamos acerca de él, si hemos normativizado una forma u otra de expresión sexual, si la estamos imponiendo o autoimponiendo, si la hemos convertido en una meta.
Por eso, habría que felicitarse en el Día del orgasmo femenino que se celebra los 8 de agosto como un símbolo más de la necesidad de que un reconocimiento de los derechos sexuales de las mujeres. Derecho a la propia sexualidad, a la no coacción, derecho al placer.
El clímax como una forma de emoción sexual más amplia que el concepto de orgasmo respondería mejor a ese lugar que de vez en cuando visitamos, ese lugar donde efectivamente hemos estado y que en el Día del orgasmo de la mujer representa el derecho a ser sí misma.
Artículo escrito Por: Pedro La Calle Marcos *Facultativo especialista de área Ginecología y Obstetricia. Profesor externo, Universidad de Almería, España.